Puno

Los delirios de López Obrador

No es raro que varios presidentes de Latinoamérica vean con ojeriza a Dina Boluarte, pues esta reemplazó a Pedro Castillo, quien, por sus orígenes de campesino provinciano, rondero y maestro de escuela rural, se había erigido como una figura simbólica de la izquierda en la región. Sin embargo, lo que sorprende es el desconocimiento que tienen de la realidad peruana ciertos jefes de Estado, empezando por el de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

Según AMLO, el actual gobierno peruano es de facto, autoritario, represor y la destitución de Castillo es una “farsa”. Además, señala que Dina Boluarte encabeza un régimen “títere y pelele” que permite que “la oligarquía saquee las riquezas” del país. Son elucubraciones delirantes.

No, señor López Obrador, usted no conoce la historia peruana ni está informado de la realidad actual. No estamos en el oncenio de Leguía, en el ochenio de Odría ni en la época de la “prosperidad falaz”. Ni la señora Dina Boluarte ha firmado el contrato Dreyfus para permitir el saqueo del guano y el salitre, pues eso ocurrió en el gobierno de Balta en 1872.

Sus palabras, señor AMLO, parecen arrancadas de una novela de ficción de Vargas Llosa, como “Tiempos recios”, que trata sobre el golpe militar que en 1954 terminó en Guatemala con el gobierno de Jacobo Árbenz y puso en el poder al sátrapa Carlos Castillo Armas. O “La fiesta del Chivo”, que relata el asesinato del dictador Rafael Trujillo y los hechos posteriores en República Dominicana. Usted, presidente de México, con todo respeto, parece haber viajado en el túnel del tiempo y haberse quedado varado muy lejos de la actualidad.

Estamos en el siglo XXI, señor López. Pedro Castillo no es Túpac Amaru ni Dina Boluarte el visitador Areche. Castillo fue vacado del cargo de presidente porque, acorralado por los casos de corrupción en su gobierno, que incluso lo comprometían directamente a él, intentó dar un golpe de Estado leyendo, con mano temblorosa, un mensaje a la Nación que decretaba el cierre del Congreso y el estado de excepción sin razón que lo justifique. La prueba de este disparate está en que no tuvo el respaldo de la Policía ni de las Fuerzas Armadas y todos los ministros renunciaron el mismo día. Le dieron la espalda y se lavaron las manos.

Por eso Castillo, mientras en el Congreso se debatía su vacancia, huyó de Palacio y trató de asilarse en la Embajada de México. De tal modo que Castillo no es, ni por asomo, ningún Benito Juárez o un Pancho Villa. Compararlos sería faltarle el respeto a México. Y eso hay que tenerlo siempre presente. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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